La aventura de la prospección minera El control y la posesión de las riquezas minerales han engendrado, desde siempre, importantes empresas políticas y comerciales: hacia los 3.000 años a.C., los faraones egipcios impulsaron vastas campañas de prospección minera, en Nubia para buscar oro, y en el Sinaí en busca de turquesas y malaquita. Desde el segundo milenio a.C., gracias a los fenicios, el mercado y el intercambio de los metales se organizan en todo el Mediterráneo, hasta llegar a tierras inglesas y de Bretaña, rica en casiterita; esto favoreció con amplitud el desarrollo de la prospección minera y de la difusión de los conocimientos metalúrgicos. Desde el 580 hasta el 320 a.C., las minas de galena argentífera de Laurion, al sur de Atenas, proporcionaron a esta ciudad sus siglos de gloria. Alejandro logró extender sus conquistas hasta el Indo gracias al oro del monte Pangeo, en Macedonia. Por su parte, en tres siglos de conquistas, los romanos fueron capaces de controlar todos los distritos mineros importantes conocidos en su época. La palabra griega metallon denotaba con exactitud esa aventura minera, ya que no sólo significaba metal, sino incluso también mineral y mina, aludiendo a la idea de la prospección, de la búsqueda (meta) en pos de otra cosa, de otro lugar (allon). Con el crecimiento de la población y del nivel de vida, el consumo de sustancias minerales se acelera considerablemente. La cantidad de los minerales utilizados desde los comienzos del s. XX sobrepasa en gran medida a toda la que corresponde al total del período anterior, comenzando en los orígenes de la humanidad. El número de las sustancias utilizadas, que era de 20 en 1900, ha pasado a más de 80 en la actualidad.