El retrato, testigo del hombre social
Parecido y embellecimiento En las civilizaciones que ponen la escultura principalmente al servicio de la religión (Grecia, Asia o el Occidente medieval), el retrato se limita a ciertos temas de la vida pública (historia dinástica, imagen del príncipe). Por el contrario, la civilización romana, que exalta el ejemplo cívico y consagra la vida familiar, y el mundo moderno, que a partir del Renacimiento se dedica a analizar al individuo, se han preocupado de representar a los vivos y a los muertos en tanto que seres singulares. Más que un espejo, el retrato es un testigo. Su historia, en escultura, oscila entre dos tendencias que a veces aparecen mezcladas: el realismo, cuyo fin es concretar el parecido del objeto i aspecto del modelo físico, y la idealización, que trata de transmitir una imagen moral del hombre social. La significación se ve sacrificada a menudo en aras del embellecimiento del tema. Los retratos de Augusto, por ejemplo, a pesar de sus rasgos acusados, revelan un clasicismo prendado de la simetría y del equilibrio que simboliza el ideal estoico del dominio de sí. Los retratos de Antinea, como los de Alejandro, responden a un estereotipo de belleza he-lenizante. En ambos casos, la originalidad de la personalidad se difumina tras el arquetipo.
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