La multiplicación de las plantas
El augusto ademán Sembrar, cosechar: dos verbos que están estrechamente ligados en la imaginería popular. Pero la semilla así esparcida a todos los vientos puede dar resultados muy distintos, según la forma de fecundación que la ha creado. Si procede de un pie en que las flores se han autofecundado por autogamia, dará después de la germinación sujetos que tienen las mismas características que sus progenitores. Por tanto, éste es un medio muy cómodo de perpetuar las especies cultivadas de las que se quiere transmitir las cualidades de generación en generación. En cambio, si la fecundación es un cruce entre diferentes sujetos, se corre el riesgo de obtener a partir de esta semilla plantas de características variables, de la misma forma que, en el caso de los hombres, los niños se diferencian de sus padres al tiempo que conservan algún parecido con ellos. Es perfectamente posible dominar este fenómeno para obtener productos muy homogéneos que posean todas las cualidades deseadas; basta con escoger cuidadosamente las parejas. También se puede dejar todo deliberadamente al azar con el fin de obtener la mayor cantidad posible de nuevos sujetos, con la esperanza de descubrir descendientes que tengan propiedades diferentes de las de los padres. Este es el juego al que se entregan, precisamente, los seleccionadores cuando se dedican a hacer experimentos con numerosas hibridaciones.
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