Los estudiantes de la Edad Media: una clase aparte
El florecimiento de la enseñanza París brilla con intenso esplendor. Los maestros instalados en la Cité y en la orilla izquierda atraen a numerosos estudiantes que desean aprender junto a los canónigos, o bien junto a los profesores agregados, a los que el obispo confiere el derecho de enseñar. El estudiante aprende esencialmente teología, saber considerado como la cima de las disciplinas escolares. Pero la filosofía racionalista va ganando adeptos poco a poco, dando nacimiento a círculos de reflexión que resultan más o menos diabólicos a los ojos de determinados religiosos que consideran París como un lugar de perdición. Por el contrario, los estudiantes, a imitación de los goliardos, clérigos indisciplinados y vagabundos que critican a la Iglesia, ven en la capital un paraíso sobre la tierra y el centro del mundo. Muchos de los jóvenes que desean aprender no tienen fortuna. Para ganarse la vida, se ven obligados a practicar diversos oficios. Como no dudan en ir de ciudad en ciudad a fin de escuchar a un maestro reputado, empeñan vestimenta y libros para intentar fortalecer su menguado peculio. El papado llega a tomar medidas en favor de la gratuidad de la enseñanza, pero los maestros continuarán exigiendo el pago de sus lecciones.
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