Capítulo 1. El origen de las petrificaciones humanas: entre el mito de Medusa y la ciencia moderna
El mito de Medusa y las metamorfosis de seres humanos en piedra Los episodios de la transformación en piedra de seres humanos narrados en la mitología clásica se encontraron presentes en el movimiento culto europeo. Por ejemplo en el arte, a través de las obras de pintores como Giovanni Battista Lodi de Cremona, Annibale Carracci, Luca Giordano, Sebastiano Ricci, etc., quienes representaron en sus cuadros pasajes con petrificaciones de diversos personajes tal como aparecían descritas en el libro Las metamorfosis de Ovidio. En esta obra, escrita a comienzos del primer siglo de la era cristiana, el poeta romano recoge cómo la arbitrariedad de los dioses, enojados con los mortales, podía provocar las petrificaciones de personas. Así, el dios Hermes sería el artífice de la conversión en piedra del anciano pastor Bato y de la joven ateniense Aglauro. En el primer caso, la conversión en piedra de Bato tiene lugar como castigo por romper el pastor su compromiso con Hermes de guardar silencio. Por su parte, Aglauro fue castigada y transformada en una roca oscura porque, tras apoderarse de ella la Envidia enviada por Atenea, se opuso a la relación entre Hermes y su hermana Herse. Es interesante el pasaje de Ovidio en el que describe el proceso de petrificación de Aglauro. Al intentar levantarse Aglauro del umbral donde se había aposentado para impedir la entrada de Hermes, una torpe pesadez le impide mover las partes de su cuerpo que había flexionado al sentarse. Aglauro pretende mantener el tronco erguido, pero las articulaciones de su rodilla están rígidas. Un frío se desliza a través de sus uñas mientras sus venas van perdiendo su sangre. Y, al igual que los males incurables se extienden por el cuerpo, sus partes sanas se fueron dañando. Un frío mortal se introdujo poco a poco en su pecho cerrando las vías vitales e impidiendo la respiración. La ateniense no intentó hablar, ni hubiera podido hacerlo aunque hubiese querido, ya que no tenía posibilidad de articular palabra. Su cuello fue petrificándose, su cara se endureció, quedándose sentada como una estatua sin sangre, de piedra oscura, manchada por sus pensamientos.
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