El sendero
Tiempo de magia En 1955 afirmaba Teilhard de Chardin que había «llegado el momento de darse cuenta de que toda interpretación del Universo, incluso positivista, debe, para ser satisfactoria, abarcar tanto el interior como el exterior de las cosas —lo mismo el Espíritu que la Materia—»[10]. La relación entre el espíritu y la materia ha marcado históricamente el ritmo cognoscitivo a la hora de interpretar la naturaleza. El balance entre uno y otro componente define períodos históricos y actitudes de saber. La magia natural nos descubre una naturaleza espiritual, un mundo de cualidades trasmutables de unos cuerpos a otros por la adecuada combinación de los elementos, un universo sensorial que identifica hechos y razones a través de la materia. Ya en el medievo Ramón Llull, en su libro De ascensu e descensu intellectus, publicado en 1304, interpreta la naturaleza pergeñando una cosmogonía reduccionista que conjuga los objetos bajo el imperio de los sentidos. Piedra, llama, planta, bruto, hombre, cielo, ángel, dios, son los peldaños de una escala perfeccionista definida por la cualidad. Su ciencia es perceptiva, su lenguaje las propiedades de una materia conocida mediante las sensaciones, el resultado un conocimiento cuya expresión demanda un sexto sentido capaz de aglutinar el testimonio de los otros cinco en un cuerpo único con entidad propia, «el cual es el afato, sin el cual no puede haber perfecta ciencia ni tenerse de las cosas»[11]. Frente a la materia se manifiesta el espíritu de las cosas. El saber de Llull es animista por partida doble. Lo es en tanto a la percepción sensorial que origina el conocimiento, y en cuanto a la elaboración intelectual de los hechos que el hombre realiza para hacerlos inteligibles: «Luego que los sentidos acaban la operación de sus actos en la piedra, la imaginación abstrae de ellos las semejanzas que han percibido de ella y las hace imaginables en su misma esencia y naturaleza, las que después de imaginadas abstrae el entendimiento de la imaginación, y en su esencia y naturaleza las hace inteligibles o entendidas»[12]. Ramón Llull, sin duda, sigue una línea acertada, usar la observación y el raciocinio frente a la creencia, pero la balanza todavía sostiene pesos muy desiguales en sus platillos del espíritu y la materia.
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