La creación de la Escuela y sus límites
Contexto histórico-cultural y reforma educativa La sociedad española de estos años es el resultado de la incidencia que sobre ella han tenido dos hechos de indudable significación: por un lado la Desamortización de 1837 y, por otro, el final de la Guerra Carlista en 1840; de ellos se deriva la “casi definitiva desaparición del Antiguo Régimen y el fortalecimiento de la burguesía liberal”[1]. La vida política discurre a golpe de pronunciamientos y decretos. El poder militar evidencia en todo momento un total dominio sobre la sociedad civil e incluso sobre la misma monarquía, desprovista ya del omnímodo poder que ostentara antaño. Esta circunstancia refleja las tensiones que se registraban en el proceso de afirmación burguesa que estaba teniendo lugar en el seno de la sociedad española desde hacía unos años. Una vez que la burguesía haya concluido prácticamente su revolución, aspirará a que los acontecimientos no se le vayan de las manos, es decir, tratará de asentar los logros conseguidos —logros para sí— sin ir más allá, atajando cualquier pretensión de democracia efectiva por parte de las incipientes organizaciones populares; anhelo que, por otra parte, se habría visto alentado por la propia dinámica de la revolución burguesa. El objetivo prioritario quedaba cifrado en neutralizar posiciones radicales, vinieran de donde vinieran, al tiempo que se daba legitimidad al terreno ganado a través de una acción política sosegada, centrada, resultante de una cautela teñida de cierto conformismo. Aun cuando el sufragio censatario contravenía los requisitos de una democracia plena, lo cierto es que el régimen vigente era constitucional. Bien podría afirmarse, por ello, que a la altura de 1844 la sociedad y la clase política en general convienen implícitamente en sancionar el período de equilibrio inestable que se abre al ocupar el general Narváez la presidencia del Gobierno y que toma carta de naturaleza a través de lo que la historiografía posterior ha dado en llamar década moderada (1844-1854). Ahora bien, la práctica política conocida por el nombre de moderantismo o liberalismo doctrinario no añora modos y maneras del régimen anterior; dada la irreversibilidad de los cambios operados, únicamente aspira a avanzar dentro del nuevo régimen, consolidando lo ya conquistado. Por lo demás, es solidaria de unas actitudes mucho más pragmáticas que idealistas.
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