Los años duros (1968-1976): Parte II
El congreso gris Entre los días 23 y 30 de abril de 1971 se celebró el I Congreso Nacional de Educación y Cultura. A través de este evento se daba un paso firme hacia una mayor institucionalización cultural que cerrara esos flancos por los que determinadas «ovejas descarriadas» habían conseguido filtrar sus mensajes y alterar el ritmo que desde el poder se tenía previsto para el desarrollo de la literatura y el arte en general. Se trataba de una celebración que sobresalía junto con los otros acontecimientos que habían determinado históricamente la política cultural (básicamente, las «Palabras a los intelectuales» y «El hombre y el socialismo en Cuba»); y lo hacía por dos razones: en primer lugar, y como señala Portuondo, en las anteriores ocasiones «se trata siempre de un documento en donde un gran dirigente de nuestra Revolución define la situación, ya sea tras un diálogo, como en el caso de Fidel contestando a las dudas planteadas por los escritores en la Biblioteca Nacional, o respondiendo a una revista, como ocurrió con el Che» (1979: 159). Ahora, no. El Congreso había surgido, en primera instancia, como un acontecimiento puramente educacional, que comenzó a prepararse desde las bases. Desde aquí fue creciendo el nivel de debate tanto en lo territorial como en lo temático, de modo que, cuando se planteó en La Habana, su campo de reflexión había desbordado lo educativo y tocaba de lleno a lo cultural, a lo político-cultural. Por ello pasó de denominarse simplemente «Congreso de Educación» a merecer los calificativos de «nacional» y «de cultura». El segundo motivo que lo hace clave es la rotundidad con que se codifican sus acuerdos en la declaración final: «muy extensa, y en la cual hay planteamientos fundamentales desde el punto de vista estético, en donde se hacen afirmaciones tajantes, para que nadie se equivoque» (Portuondo, 1979: 159).
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