Los círculos artísticos y la colección de pintura y de escultura moderna
La pintura Siendo aún niño, Carlos Miguel heredó las colecciones poseídas por los duques de Berwick (Lemos, Andrade, Ayala y Gelves) al alcanzar el título ducal y las de la Casa de Alba y sus afines (Lerín, Monterrey, Olivares, Carpio), fruto de la muerte sin sucesión de María Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, XIII duquesa, en 1802, legado que según Pita Andrade ascendería solamente a treintaidós lienzos, aunque de una excelente calidad, con nombres como Velázquez, Goya, Tiziano o Murillo.[1] Desde su infancia Carlos Miguel vivió rodeado de las joyas artísticas de la pintura reunidas por las distintas ramas del linaje [2] y sin duda su madre, María Teresa de Silva y Palafox, le inculcó su entusiasmo por el arte, la literatura, la música y el teatro. [3] El joven aristócrata conoció ya en sus primeros años de existencia a pintores de la talla de Antonio Carnicero, quien lo retrató junto a su madre hacia el cambio de siglo (inv. P-841) [4] (fig. 1; cf. Lám. II, fig. 5). Sin temor a exagerar, se puede afirmar que el Duque se zambulló por completo en su pasión por las artes, y lo hizo con el ánimo con el que abordaba cada empresa, con un talante ideal y dadivoso, ajeno incluso a la efectiva disponibilidad de recursos y fuerzas. Actuaba antes de recapacitar, lo que le condujo a no pocos sinsabores. En la oración fúnebre que el presbítero Pascual García de León le dedicó al final de sus días, la munificencia era uno de sus rasgos más celebrados. [5] Su estancia de aprendizaje en París (1812-1814) y su Grand Tour europeo a partir de 1814[6] terminaron de afianzar en el XIV duque de Alba la vocación de su estirpe de coleccionar preciosas obras de Bellas Artes así como de extender un manto protector sobre los artífices que escogió para plasmar sugestivas imágenes de la península italiana, retratos familiares o personajes de la mitología clásica, tendencia que le abrió las puertas de numerosas instituciones culturales como la Real Academia de San Fernando, que lo admitió en su seno en 1834, en una sesión en la que también otros nobles como el marqués de las Amarillas, el marqués de Miraflores o el duque de Rivas ingresaron con el grado de honor gracias a «las apreciables circunstancia de estos sres. y de su amor á las bellas artes».[7] No es pues de extrañar que en 1826, con la oleada de cajones cargados de obras maestras que se enviaban desde Italia, se publicara del Palacio de Liria, ubicado en las vecindades de la madrileña iglesia de los Afligidos y de la Puerta de San Bernardino, la siguiente descripción: «Es sin duda la casa particular de mas bella apariencia de cuantas hay en Madrid; y en ella tiene reunidas, el duque actual, muchas esculturas, cuadros de las mejores escuelas, y una preciosísima colección de vasos etruscos que ha adquirido á gran costo en sus diferentes viages por Italia. [8]»
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