Los investigadores
El filósofo y la máquina En septiembre de 1624, escribía Galileo a Federico Cesi comunicándole el envío de un «instrumento para ver de cerca las cosas mínimas», para «contemplar infinitamente la grandeza de la naturaleza»[2]. Esta curiosidad sobre el instrumento que Johann Faber denominó microscopio[3] y Colonna enghiscopio[4], nos sirve para evocar los dos significados que el concepto de máquina —toda obra compuesta con arte, según Lucrecio Caro—, tiene para las ciencias naturales: el instrumento y el modelo teórico. Como afirma Galileo, la tecnología es imprescindible para conocer el universo de mínimos inherente al fenómeno de la vida; y además, la representación mecánica del ser vivo —artefacto compuesto por unidades sincronizadas y regulado por leyes conocibles—, es un argumento biológico que ha superado el mecanicismo físico-químico de la época barroca para ser sustituido por la bioquímica y biofísica en el siglo XX. La biognosia ha mejorado la propuesta explicativa y la tecnología médica amenaza con convertir al hombre en un muñeco recambiable, acentuando todavía más el materialismo del cuerpo humano cuya actividad responde a las mismos saberes que regulan la materia en el reino mineral. El componente vivo se diferencia del inerte no por sus átomos sino por una peculiar agregación que lo distingue del medio. La química orgánica nos enseña que los seres vivos no poseen ningún elemento exclusivo. Oxígeno, carbono, hidrógeno y nitrógeno, predominantes en su estructura, se caracterizan por su vulgaridad. La peculiaridad del fenómeno vida reside en la forma de agrupación y no en la composición. Nuestra identidad, unidad, con el mundo inorgánico está definida por un ciclo material que, mediante los vegetales, pone en circulación los elementos químicos que las formas vivas precisan obtener del ecosistema, retornando al mundo inorgánico por el metabolismo de bacterias y hongos[5]. La vida es un estado cualitativo de una materia en continuo movimiento por el universo terrestre; es, en la terminología de Lamarck, «un orden y un estado de cosas en las partes de todo cuerpo que la posee, permitiendo o haciendo posible en él la ejecución del movimiento orgánico»[6].
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