Utilidad y autonomía

El poder legítimo del individuo

Comienza Mill Sobre la libertad advirtiendo que el objeto de su ensayo se circunscribe al análisis de la libertad social; aquélla que se sitúa más allá de los límites del poder que la sociedad puede ejercer legítimamente sobre los individuos (Mill, 1991: 4). Lo cual indica, para empezar, que para Mill no todo poder que se ejerce sobre una persona, y en particular no todo poder que pueda ser ejercido por la sociedad sobre sus miembros, es legítimo. También ese poder posee unos límites, más allá de los cuales se convierte en un poder tiránico y, en consecuencia, rechazable. En términos generales, cualquier imposición a un individuo de la voluntad ajena supone un abuso de poder intolerable; ya proceda ésta de un magistrado o de una mayoría social. La sociedad, dirá, no puede imponer a los individuos, salvo a través de las penas civiles establecidas, sus propios modos de pensar o de comportarse (Mill, 1991: 9). No cabe, pues, cualquier invasión de la independencia. Lo cual hace de la cuestión de los límites de la intervención legítima sobre los individuos uno de los problemas fundamentales de la sociedad humana, y también uno de los problemas centrales de un utilitarismo que quiera dar cabida a los derechos. Sin su resolución, la convivencia se convierte en una lucha despiadada por la supervivencia de los más fuertes, y la sociedad, en una agrupación de individuos, ciertamente poco atractiva, en la que se hace imposible desarrollar la propia personalidad. Probablemente, Mill no llegaría al extremo de afirmar que una situación así es una especie de estado de naturaleza hobbesiano, en el que la vida del ser humano, es «solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta» (Hobbes, 1989: 108), pero es obvio que sentía un profundo rechazo frente a cualquier comportamiento que supusiera una imposición de la voluntad de unos sobre otros, frente a todo deseo de someter a otros por la fuerza, o incluso, en términos generales, frente a cualquier tipo de lucha por imponerse en el ámbito que fuere. En sus Principios de economía política, al tratar de la cuestión de la riqueza social, es claro: «Confieso que no me seduce el ideal de vida ofrecido por aquéllos que piensan que el estado normal de los seres humanos es el de la lucha por el éxito; y que el pisotear, aplastar, dar codazos y pisarnos los talones, que forman el actual tipo de vida social, es la parte más deseable del ser humano» (Mill, 1994: 126).[1] La anterior cita tiene que ver con el régimen económico, pero creo que es una buena muestra de la visión que tiene Mill de la sociedad, del rechazo que siente frente a la utilización de la fuerza como medio para imponerse sobre los demás; y por tanto, dicho en otros términos, de la necesidad de marcar unos límites precisos que impidan que eso suceda. Pisotear, aplastar y dar codazos no refleja ni el estado ideal de la economía, ni un estado social saludable. De lo que se trata es, pues, de poner coto a esa lucha por ejercer el poder sobre otros; y una buena forma de hacerlo es garantizar un ámbito personal en el que se veda cualquier intromisión de los demás. Lo cual no es fácil de hacer.

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