Diamante Dick y el primer derecho de la mujer: III
Quitándose rápidamente el vestido de noche al ritmo de los cierres rotos, lo dejó caer al suelo sobre una pila de ropa para ponerse un suéter deportivo, una falda a cuadros y una vieja chaqueta azul y blanca cuyo cuello cerró con un prendedor de diamante. Luego se puso una boina escocesa sobre el pelo oscuro y se miró una vez en el espejo antes de apagar la luz. —¡Andando, Diamante Dick! —se dijo en voz alta. Con una breve interjección, se metió la automática en el bolsillo de la chaqueta y salió del cuarto. ¡Diamante Dick! El nombre la había asaltado una vez desde la estridencia de una cubierta, como símbolo de su rebelión infantil contra la morbidez de la vida. Diamante Dick personificaba la ley y profería sus propias sentencias con la espalda contra la pared. Si la justicia se equivocaba él montaba en su caballo y partía en busca de las colinas, porque desde la inmutable ecuanimidad de sus instintos era más soberbio e inflexible que la misma ley. Había...
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