El sino: 12
El sino Capítulo XII de Joaquín Dicenta Así transcurrieron diez años. Anatolio era un purísimo esqueleto; pero era cada minuto más feliz. Y como ocurre cuando pasan los malos tiempos, uno de sus goces mayores estaba en recordar los malos tiempos. Podía hacerlo sin temor. Al país de la muerte no llegan las molestias y contrariedades del mundo de los vivos. Aquel vocear de los hijos que le arrancaba de sus meditaciones; aquel refunfuño perpetuo de la cuñada, necesitada de varón, aquel cantar sus apuros en Carmen, aquel meterle su tos por las orejas de la suegra achacosa, eran asunto terminado. Tan acabado como los ahogos de entrada de mes, y los insultos del zapatero, y las amenazas del tendero de comestibles, y las facturas de la carne y del pan y las citaciones de desahucio. ¡El desahucio!... Aun se le crispaban los huesos al evocar la terrible palabra. Aun se veía por calles y plazas buscando habitación, subiendo escaleras, firmando contratos, siguiendo de un...
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