Eugenia Grandet: II
-Ya está usted en su habitación, sobrino mío, dijo Grandet a Carlos abriendo la puerta. Si necesita usted salir, llame a Nanón o a mí, pues de otro modo el perro le mordería sin avisarle. Buenas noches, que usted descanse. ¡Ah! ¡ah! esas mujeres le han hecho fuego, repuso al mismo tiempo que aparecía Nanón provista de un calentador. Mira esta otra, dijo el señor Grandet. ¿Cree usted que mi sobrino es una recién parida? ¡Lárguese usted de aquí con eso, Nanón! -Señor, es que las sábanas están húmedas, y este señorito es delicado como una mujer. -Vamos, hazlo, ya que te empeñas, dijo Grandet empujándola; pero guárdate de volver a encender el fuego, añadió el avaro marchándose refunfuñando. Carlos quedó estupefacto en medio de sus maletas, y después de fijar sus ojos en las paredes de un cuarto cubierto de ese papel amarillo con ramos de flores que se usa en los ventorrillos, en una chimenea de piedra cuya sola presencia daba frío, en las sillas de...
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