I. A Nacer en Madrid

UNA mañana de septiembre de 1862, llegó a Madrid, Villa y Corte, pueblo manchego abigarrado de pícaros, ciegos de romance y canelón, chulos, soguillas y petimetres, Benito Pérez Galdós. Veinte años y un equipaje ligero, al menos de peso, que no de sueños. Cuenta el mismo don Benito que, al ser preguntado por el contenido de sus bultos, al pasar el obligado portazgo de la estación de Atocha, no dudó en responder, con un golpe de humor impensado, que en aquellos bultos traía «Ilusiones… ¿En éste? Proyectos… ¿En éste? Grandes obras por escribir… ¿En este? La fe y la esperanza que tengo puestas en mí…». Un viaje largo y pintoresco fue el de Galdós desde su tierra canaria a la capital del Reino. Tuvo que utilizar tres medios de locomoción singulares: un barco poco adecuado para las mareas del Estrecho; una diligencia más literaria que real para atravesar toda la Bética y Penibética, es decir, Andalucía, caminos y vericuetos por tierras llanas y montañosas...

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