La cartuja
La cartuja de Rubén Darío Este vetusto monasterio ha visto, secos de orar y pálidos de ayuno, con el brevario y con el Santo Cristo, a los callados hijos de San Bruno. A los que en su existencia solitaria, con la locura de la cruz y el vuelo místicamente azul de la plegaria, fueron a Dios en busca de consuelo. Mortificaron con las disciplinas y los cilicios la carne mortal y opusieron, orando, las divinas ansias celestes al furor sexual. La soledad que amaba Jeremías, el misterioso profesor de llanto, y el silencio, en que encuentran armonías el soñador, el místico y el santo, fueron para ellos minas de diamantes que cavan los mineros serafines a la luz de los cirios parpadeantes y al són de las campanas de maitines. Gustaron las harinas celestiales en el maravilloso simulacro, herido el cuerpo bajo los sayales, el espíritu ardiente en amor sacro. Vieron la nada amarga de este mundo, pozos de horror y dolores extremos, y hallaron el concepto más profundo en el...
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