La flor de las ruinas: 3
Al día siguiente Pedro, sin premeditada intencion, y aun sin notarlo, salió más temprano que otras tardes para ir a su acostumbrado paseo. Mas a pesar de eso, cuando llegó, ya estaba aquella extraña muchacha en su misma actitud triste, en su acostumbrado asiento. Al poco rato se levantó y salió del paseo. Pedro la siguió a distancia, hasta que internados por calles solitarias, y debilitada la luz del día por la total ausencia del sol, pudo alcanzarla y dirigirle la palabra sin que fuese notado. Cuanto por ambas partes se dijeron fue con poca variación lo que se habían dicho la tarde antes, acabando la entrevista, por parte de ella, con la vehemente y angustiosa prohibición de que la siguiese, y la promesa de volver a la tarde siguiente. Cada tarde volvía Pedro más empeñado, más interesado y más seducido por aquella hermosa joven, que era a un tiempo tan delicada y tan inculta, tan sentida y tan áspera, tan franca y tan misteriosa, llegando esta última peculiaridad...
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