Su origen se remonta a mediados del s. XII, en que Berthold de Solignac se instaló con un grupo de eremitas en las laderas del Monte Carmelo, en Palestina, lugar considerado santo desde los primeros tiempos del cristianismo. La tradición, recogida por los Padres de la Iglesia, afirmaba que había servido de residencia a los profetas Elías y Elíseo y a sus discípulos en el s. VIII a.C. (Reyes, II, 2), por lo que fue un foco de atracción para los peregrinos que acudían a Tierra Santa y para los cruzados.
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