Campo de concentración

Creados inicialmente por los españoles durante la guerra de Cuba, los ingleses los utilizaron en el África austral para minar la resistencia de los bóers, internando a mujeres, niños y ancianos en calidad de rehenes. Asimismo proliferaron en la URSS a partir de 1917, pero sobre todo después de la guerra civil, en que estuvieron especialmente destinados a los opositores del régimen estalinista. Sin embargo, los campos de concentración adquirirán sus contornos más siniestros en la Alemania nazi, durante la II Guerra Mundial (1939-1945). Para el régimen nazi, los campos eran centros de reeducación de los condenados, fundamentalmente alemanes antifascistas de extracción diversa: comunistas, socialdemócratas, judíos, católicos y protestantes. Después de la ocupación de los territorios por la Wehrmacht, el régimen de internamiento se internacionalizó. La enorme masa reclusa constituyó una importante mano de obra para fortalecer la economía alemana, siempre a merced de las arbitrariedades de SS y Gestapo. Al exterminio por el trabajo siguió el exterminio sistemático de las calificadas «razas inferiores»: gitanos, eslavos y, especialmente, judíos, a quienes se destinó la «solución final»: simple eliminación física por medio de las cámaras de gas o el horno crematorio. La administración de los campos corría a cargo de la SS; Heinrich Himmler era el máximo responsable y existía una inspección general que controlaba las Kommandantur, secciones políticas de cada centro. Los campos de concentración estaban repartidos entre Polonia (Auschwitz, Birkenau, Majdanek, Stutthof), Alemania (Dachau, Buchenwald, Oranienburg, Ravensbrück), Austria (Mauthausen), en la región báltica (Kaunas, Riga) y en territorio de la actual República Checa (Treblinka).